Expedición Atlantis y la odisea cruzando el Atlántico

EL INICIO

En julio de 1984, cinco expedicionarios argentinos quisieron demostrar en la práctica que una balsa con troncos y sin timón podría recorrer el Atlántico para llegar a América como tal vez lo hayan hecho los africanos hace más de 3.000 años.

Tras unos preparativos no exentos de dificultades que se prolongaron por espacio de cuatro años, se lanzaron al océano el 22 de mayo de 1984 desde el puerto de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, alcanzando la costa venezolana de La Guaira el 12 de julio.
Alfredo recuerda que en un congreso en México había expuesto que por las corrientes marinas y los vientos, se podía cruzar el Atlántico con este tipo de embarcación. “Pero no me creyeron. Entonces comencé a reunir a la gente idónea y decidí que no iba a hablar más, sino que la balsa hablara por mí”.



De aquellos días, Barragán recuerda que planificaron todo: la flotabilidad, los vientos y las corrientes marinas, durante cuatro años. “Formamos un equipo poderoso. A lo largo de los 52 días pasamos momentos de mucha zozobra, pensábamos muchas veces que habíamos perdido el rumbo, pasamos momentos de tormenta y de calma pero todo lo pudimos resolver”, rememoró.

La balsa fue ensamblada con el método y los materiales que se usaban en Africa hace más de 3.000 años, y se logró así “un objetivo que desafió no sólo a la naturaleza, sino también a la historia y a la antropología”.

La idea de la aventura en realidad había comenzado mucho antes, cuando Alfredo Barragán leyó, siendo niño, “Las aventuras de la Kon-Tiki”, obra donde el noruego Thor Heyerdahl relata el viaje marino que enlazó, en 1947, El Callao, en Perú, con la Polinesia.

Heyerdahl buscaba demostrar la posible comunicación en lejanas épocas entre América y las islas polinesias. Para esto, atravesó 6.000 kilómetros de océano en la “Kon-Tiki”, imitación de una antigua embarcación polinesia.

Poco menos de cuatro décadas después, el puñado de aguerridos argentinos habría de equiparar la hazaña del noruego. En su navegación, la expedición Atlantis unió el puerto de Santa Cruz de Tenerife, en la Islas Canarias, con las costas de Venezuela.

El éxito del viaje demostró la posibilidad de que habitantes africanos hayan arribado hace miles de años a la América Central, donde perdura su posible influencia a través de las colosales cabezas olmecas de rasgos negroides, de más de 25 toneladas de peso de media conservadas en los estados de Veracruz y Tabasco?

La embarcación construida con nueve troncos de madera balsa localizados en Ecuador y unidos mediante cuerdas vegetales, reproducía modelos viables hace 3.500 años en la costa atlántica africana, de uso para el transporte de ganado y alimentos en países como Guinea y Senegal.

¿Pudo, en un remoto pasado, una o varias embarcaciones africanas desviarse de su itinerario costero y accidentalmente colarse en las corrientes marinas alcanzando con ayuda del viento el Golfo de México?


Para Alfredo Barragan la hipótesis era plausible, aunque impensable para los historiadores y especialistas del Museo Nacional de Antropología e Historia de México. El éxito de la travesía vino acompañado también de reflexiones en el ámbito académico sobre la viabilidad de esos viajes y la luz que aportaban sobre ciertos paralelismos culturales, algo a lo que contribuyó sin duda la película que se rodó de la travesía, “Expedición Atlantis”, la producción argentina más vista de 1988.

EL EQUIPO

Estos cinco argentinos, liderados por Alfredo Barragán, completaron una proeza: navegar durante 52 días en el Océano Atlántico en una primitiva balsa de troncos, impulsada por una simple vela cuadrada y sin timón.


“Formamos un equipo poderoso. A lo largo de los 52 días pasamos momentos de mucha zozobra, pensábamos muchas veces que habíamos perdido el rumbo, pasamos momentos de tormenta y de calma pero todo lo pudimos resolver” Junto a Barragán, navegaron en aquella oportunidad Jorge Iriberri, Horacio Giaccaglia, Daniel Sánchez Magariños y Félix Arrieta.

Aquellos cinco expedicionarios originales zarparon de Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias, España) el 22 de mayo de 1984 ante la mirada incrédula de autoridades e isleños y, tras 52 días en el mar, recalaron en las costas de La Guaira, en Venezuela.

EL VIAJE DE LA ATLANTIS

Ya estaban a mediados de junio de 1984 y hacía más de 20 días que habían partido del puerto de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, y el sol empezaba a hacer estragos en la piel de los navegantes de la balsa. A pesar de que todos eran hombres de piel curtida, acostumbrados a resistir, el sol que caía a pico en la zona ecuatorial medio del Atlántico quemaba fuerte.

Y para colmo la crema humectante, que con tanto recelo habían previsto llevar en esta expedición, la olvidaron en las Canarias. Los posibles reemplazos de la crema humectante a bordo de la Atlantis no eran muchos: el aceite de cocina, y el aceite de lino utilizado para mantener la flexibilidad en las sogas.

A la balsa Atlantis se la dotó de una pequeña choza de bambú que sirvió de tímido refugio a los aventureros, especialmente durante dos duras tormentas. El contacto con el resto del mundo en esos 52 días se mantenía puntualmente a través de una emisora, mientras miles de radioaficionados se encargaban de amplificar y difundir las novedades que se iban produciendo.

Ellos pensaron que era posible navegar 3.000 millas marinas (5.500 kilómetros), en una primitiva balsa hecha con 9 troncos de madera balsa y una vela para atravesar el océano Atlántico desde las islas Canarias hasta el puerto de La Guaira, Venezuela.

OBJETIVOS

Los audaces expedicionarios resumieron que persiguieron un objetivo esencialmente deportivo y otro científico, porque el viaje de la balsa Atlantis podría demostrar la factibilidad de que los individuos de raza negra representados hace más de 3.500 años en las “Cabezas Colosales” -estatuas de basalto con rasgos africanos hechas por la tribu Olmeca en el golfo de México- hayan provenido de Africa a través del Atlántico.

Y había un tercer objetivo, el cultural, ya que podrían realizar en este viaje una película de largometraje -que ya fue traducida a 6 idiomas- y un libro sobre la expedición, todo con carácter documental.

Tres objetivos precisos, pero acompañados por el gusto de encontrarse frente a la naturaleza, con todos los sinsabores y placeres que esto puede acarrear. Placer como el que les suministró a los 25 días de travesía una golondrina que se posó en la balsa, y sin temor alguno compartió con ellos el alimento durante cuatro días.

LA TRAVESÍA

En los primeros días de navegación -partieron el 22 de mayo- esta balsa de 14 metros de eslora (largo de una nave), 5,50 de manga (ancho), hecha con 9 troncos de madera balsa y 6 traviesas ligadas todas con fibra vegetal, se vio obligada a navegar con olas de cuatro a seis metros de altura.

Atravesaban una zona de vientos, y la balsa era impulsada por la corriente denominada Canarias. Esta corriente marina, que en su trayecto va cambiando de nombre -Canarias, Nordecuatorial y Ecuatorial-era el “motor”, junto al viento, que recolectaba una vela cuadrada sostenida de un mástil bípode de 10 metros de altura.

El viaje de la balsa Atlantis podría demostrar la factibilidad de que los individuos de raza negra representados hace más de 3.500 años en las “Cabezas Colosales” hayan provenido de Africa a través del Atlántico.


La Corriente de las Canarias fue la que impulsó la balsa de Tenerife a el puerto de la Guaira en Venezuela

Viento y mar. Sólo con estos elementos querían llegar hasta América. Contaban, sí, con todos los instrumentos marinos necesarios para fijar la posición en el océano. Aunque a veces pudieron confirmar la ubicación con los datos suministrados por algunos barcos que se cruzaron en su camino.

Uno de ellos fue el Flatson Star, un buque mercante alemán que se acercó a 80 metros de la balsa. Las olas impidieron un mayor contacto y la comunicación fue radial. Pero el inglés que hablaban los alemanes del Flatson Star era incomprensible para los tripulantes de la balsa.

La solución cayó de sorpresa. A los cinco minutos de un intrincado e incomprensible diálogo entre el capitán del buque alemán y Alfredo Barragán, se escuchó en la radio de la balsa esta frase dicha con un inconfundible acento gallego: “¿Pero es que allí no hay nadie que hable español?” Era el cocinero del barco que había sido mandado a buscar urgentemente por el capitán.

Cocinero y traductor improvisado, a través de esa voz española la Atlantis confirmó su ubicación. Todo estaba correcto: los datos que registraba el instrumental de la Atlantis era similares a los del Flatson Star.

Cuando en la ruta enfrentaban a una isla, dos días antes debían comenzar a girar para evitarla. Y pese a las previsiones, hubo dos momentos críticos en la travesía: dos tormentas que amenazaron de muerte a la Atlantis.

Olas de más de 8 metros y vientos de 70 kilómetros por hora se opusieron a los expedicionarios. La primer tormenta duró dos días y fue a los 15 días de la partida de Santa Cruz de Tenerife. La otra los castigó casi al final, cuando ya se había atravesado la mayor parte del océano y los hombres de la Atlantis casi saboreaban el triunfo.

Varias ligaduras se soltaron, los troncos crujieron como nunca, la vela fue anulada, y todos se ataron a la nave. Había que esperar que el mar se calmara. No había otra forma de hacer frente a esa pelea. Cuenta Barragán que cuando se encontraba atado a la balsa en medio de la tormenta, se acordó de Dolores, su pueblo, de su familia, y de aquel libro, “Las aventuras de la KonTiki”.

Ese libro cayó en sus manos cuando cursaba cuarto grado de la escuela normal, y desde entonces esa aventura aumentó su fantasía de adolescente. De chico siempre soñó con ser el capitán de una balsa que atravesaba el mar, y más de 20 años después de esos sueños, estaba atado a una balsa.

Y su vida y la de todos los tripulantes de la Atlantis estaban en manos de una tormenta. Pero el mal tiempo pasó, y el peligro también. Y así lo hicieron. Con troncos, fibra vegetal y caña de bambú -elementos que hace más de 3.000 años podrían haber utilizado los habitantes de Africa- junto a alimentos deshidratados, agua mineral, dos garrafas de 45 kilos de gas cada una, raciones de supervivencia, destiladores de agua, una radio VHF, brújulas, sextantes y cartas marinas.

Vía: Eldia.com/