Alcanzar la Cima del Everest

Tenzing Norgay and Edmund Hillary después 
de ascender al Monte Everest. 
Crédito: Jamling Norway
A las 4 de la madrugada Edmund Hillary abrió la puerta de la carpa y miró los lejanos y oscuros valles de Nepal. En medio de la gélida bruma resaltaba una luz. Su compañero, Tenzing Norgay, le explicó que provenía del Monasterio de Thyangboche, casi 5.000 metros más abajo. Sabía que ahí, incluso a esa hora, los lamas estaban rezando a sus dioses budistas para que les permitieran el ascenso a la cumbre del Everest, de 8.848 metros, el pico más alto del mundo.

Reconfortados por un par de sardinas casi congeladas y unas gotas de limonada desde el campamento IX, a 8.500 metros de altura, emprendieron la última jornada del que sería el viaje más importante de sus vidas. Las horas transcurrieron entre grietas, pendientes, nieve movediza y masas colgantes de hielo. Sus únicas armas para conquistar al gigante: un par de piolets (bastones de alpinistas), 14 kilos de equipo de oxígeno, cuerdas, botas de cuero, abrigos de plumas y tres pares de guantes, de seda, de lana y encima manoplas impermeables. Extenuados por el esfuerzo, a las 9 de la mañana los expedicionarios se tropezaron con una empinada pared de 12 metros que podía marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso.

Por más de dos horas Hillary se dedicó a esculpir peldaños en el hielo para ascender el escalón que desde entonces se conocería con su nombre. De pronto apareció ante los ojos de los aventureros la cumbre nevada donde ningún hombre había puesto sus pies.
Eran las 11:30 de la mañana del 29 de mayo de 1953, cuando dos hombres exhaustos terminan un épico ascenso. Han estado cinco horas caminando al límite. Un esfuerzo tremendo donde su cerebro aletargado sólo ha sido capaz de dar una orden: seguir adelante, un paso tras otro. Sin apenas aire en los pulmones, las palpitaciones en las sienes atenúan el ruido del viento.

¿Serán capaces de llegar? Con la boca abierta como pez fuera del agua, de repente comprenden que ya no hay nada más. Después de recorrer el filo inestable apoyado sobre el vacío, lo han logrado. Edmund Hillary y Tenzing Norgay alcanzan la anhelada cumbre de la cima de la montaña más alta de la tierra, Chomolungma o la diosa madre del mundo, como la conocen los locales; el monte Everest, como la llamaron los británicos con 8.848 metros.

Las oraciones de los lamas habían sido escuchadas y los dioses les habían concedido al neozelandés y al nepalés de la etnia sherpa el honor de llegar al techo del mundo, que hasta entonces le había sido negado a cualquiera que osara intentarlo. Como agradecimiento Norgay les dejó de ofrenda un chocolate y el lápiz azul y rojo de su hija, mientras que Hillary enterró en la nieve un crucifijo. La expedición de 1953 era británica (aunque los dos que alcanzaron la cumbre no lo eran), Edmund Hillary, de Nueva Zelanda y Tenzing Norgay un nepalí.

EL OBJETIVO 

Desde que en 1852 un estudio inglés determinó que la montaña ubicada en el corazón del 
Himalaya era la más alta del mundo y su exploración se convirtió en un reto. Pero fue hasta 1921, un año después de que el Dalai Lama autorizara el ingreso de extranjeros al Tíbet, que se llevó a cabo la primera expedición británica.
La cara norte del Monte Everest, como se ve 
desde el camino al campamento base 
en el Tíbet. Crédito: Luca Galucci

Por historia y tradición, el Everest era británico. Fueron ellos quienes descubrieron que el Pico XV era el más elevado de la Tierra. Ellos le pusieron nombre y fueron los primeros que exploraron el largo camino hasta el pie de la cara norte, en los inicios del siglo XX, la única accesible. Británicas fueron las primeras expediciones y británico era, es y será el héroe absoluto del techo del mundo: George Leigh Mallory.

El Reino Unido llevaba décadas buscando ser el primer país en conquistar el Everest. La expedición de 1953, la novena de los británicos en ese lugar de la cordillera del Himalaya, estaba liderada por el coronel John Hunt y disponía de todos los medios al alcance del país, entre ellos los mejores alpinistas de su imperio. 

Su método castrense, donde lo primero fue el objetivo final, sacrificándose incluso a sí mismo, dio el fruto perseguido durante décadas. Este grupo expedicionario que consiguió la primera escalada del Everest, supuso la materialización de un sueño y ejemplo de una organización impecable. Las montañas más altas de la Tierra eran territorio desconocido y ni siquiera se sabía cuál era el camino para alcanzar su base.

LA PLANIFICACIÓN Y LA RUTA



La expedición de 1953 se compuso de más de 400 personas, incluyendo alpinistas, sherpas y porteadores. Acarrearon desde Katmandú al Everest más de ocho toneladas de material, incluyendo un pequeño cañón, al fin y al cabo John Hunt era militar, por si era necesario provocar alguna avalancha.

Ellos tenían que subir a toda costa. La presión era enorme, ya que los suizos casi lo habían conseguido el año anterior, cuando Lambert y el propio Tenzing alcanzaron 8.500 metros. Los franceses tenían permiso para 1954 y los suizos para 1955. Ellos no podían volver a intentarlo como pronto hasta 1956, así que decidieron echar el resto.

Tardaron 43 jornadas en alcanzar el campamento base, pues partieron andando desde la capital de Nepal. El 12 de abril establecieron el campamento base. Durante 47 días fueron abriendo la ruta, prácticamente desconocida (sólo había pasado por allí una expedición suiza el año precedente), y montando los campamentos. El último, el IX, a 8.500 metros, fue donde pasaron la última noche antes de hacer cima Hillary y Tenzing.

LA CIENCIA A GRAN ALTURA

Una de las innovaciones con la que contaban, respecto a expediciones anteriores, era el sistema de oxígeno. Por primera vez usaron uno que incorporaba aire atmosférico a la mezcla que respiraba el escalador. Aunque no lo aislaba totalmente (como los de circuito cerrado que se habían utilizado hasta el momento), eran más sencillos de manipular y se estropeaban con menor frecuencia. Provistos de este sistema, a las 11:30 de aquella mañana del 29 de mayo, Hillary y Norgay llegaron a la cima del mundo.

A medida que se asciende en altura, la presión de la atmósfera disminuye y, con ella, la de todos los gases que la componen, como el oxígeno. Cuanto más alto estamos, menos masa de aire queda encima de nuestras cabezas y, por tanto, la presión que ejerce sobre nosotros es menor. Esa presión es la que permite a los pulmones absorber aire a través de la tráquea. Por encima de los 8.000 metros, en la llamada “zona de la muerte”,respirar se vuelve una tarea muy complicada porque la presión desciende a un tercio de la que hay al nivel del mar.

A partir de ahí ya no hay manera de que el cuerpo humano se aclimate al ambiente extremo. Solo puede soportarse durante un periodo de tiempo limitado. Si un alpinista sufre ahí cualquier accidente que no le permite moverse por sí solo, su rescate resulta prácticamente imposible. 

La mejor forma de aclimatarse es ir ascendiendo poco a poco y pasar días a diferentes alturas crecientes. Así, el cuerpo encuentra la forma de conseguir la cantidad de oxígeno que necesita en un ambiente distinto al que está acostumbrado: sube el número de veces que inspiramos por minuto, con el fin de conseguir más volumen de aire en los pulmones.

Aumenta la frecuencia cardíaca, para llevar oxígeno de forma más eficiente a todos los tejidos, y crece la cantidad de glóbulos rojos en la sangre, que aumenta su capacidad de carga de oxígeno. A algunas personas les cuesta más acostumbrarse a la altitud, su cuerpo no se aclimata bien, y sufren mal de altura, con síntomas como dolor de cabeza, fatiga y náuseas

La dificultad para respirar, las bajas temperaturas y la orografía del terreno hacen que cada paso a más de 8.000 metros consuma 3 respiraciones de un alpinista experimentado. Para los sherpas, nativos del Himalaya, ese ambiente es más soportable.

Con una fisiología muy particular, su cuerpo consume oxígeno de una manera más eficiente que el de personas que habitan lugares más próximos al nivel del mar. Se sabe que esta habilidad es debida a una mutación genética ventajosa por la que tienen un metabolismo único. Las mitocondrias (las fábricas de energía de la células) de un sherpa son un 30% más eficientes transformando el oxígeno del aire en energía, y da igual que esté a 8.000 metros que a 200.
El sherpa en la cima, con el piolet levantado 
en señal de triunfo y con las banderas de 
Naciones Unidas, Gran Bretaña, India y Nepal. 
| Ap

LOS PROTAGONISTAS DE 1953 

En el caso de Tenzing Norgay era un nepalí que tenía gran experiencia en el Everest. Y Edmund Hillary era un neozelandés que adoraba el alpinismo y al que le invitó el coronel a sumarse a su última intrépida aventura. Una vez que pasaron algunas semanas en la montaña, lo que hizo Hunt es elegir a dos parejas para intentar alcanzar la cima.

John Hunt, formó el equipo de alpinistas y tomó la decisión de quiénes serían los que intentarían completar el último tramo. La ascensión se encaró abriendo la ruta por el collado sur, desde Nepal, ya que en 1950 China había invadido el Tíbtet y la ruta norte quedó cerrada.

Era de las primeras veces que se intentaba subir por este lado. Una primera intentona, de la mano de Charles Evans y Tom Bourdillon, no logró llegar a la cima por menos de 100 metros, pero tuvieron que volver por el extremo cansancio que sufrieron al tener problemas con su circuito de oxígeno. Tenzing y Hillary fueron la siguiente pareja a las que le tocó la responsabilidad de alcanzar la cima y lograron ascender los 8.848 metros.

Vía:   BbvaOpenmind   El Mundo   Semana   Blogthinkbig    Elpais